Como la luz conquistando la oscuridad, se acerca disimuladamente, te acaricia con su voz y te abraza con firmeza para no dejarte marchar. No podría ser de otra forma. Sientes cómo se infiltra en la piel, trastoca y va calando hasta la médula. Entonces sus ritmos te introducen en el compás y aparece súbitamente su imagen, un impulso eléctrico que te mantiene la respiración suspendida en el aire. Tres minutos en los que recuerdas a Edith Piaf y su "Vie en rose", la ciudad bajo tus pies y los delirios apoyados en el borde del precipicio. Y ahora solo queda el recuerdo de aquel calor arrasando el frío de este invierno, estremeciendo el alma y las heridas que esconde un cuerpo inhabitado que intenta sobrevivir a un dolor inexistente.
Como la luz conquistando la oscuridad, se acerca disimuladamente, te acaricia con su voz y te abraza con firmeza para no dejarte marchar. No podría ser de otra forma. Sientes cómo se infiltra en la piel, trastoca y va calando hasta la médula. Entonces sus ritmos te introducen en el compás y aparece súbitamente su imagen, un impulso eléctrico que te mantiene la respiración suspendida en el aire. Tres minutos en los que recuerdas a Edith Piaf y su "Vie en rose", la ciudad bajo tus pies y los delirios apoyados en el borde del precipicio. Y ahora solo queda el recuerdo de aquel calor arrasando el frío de este invierno, estremeciendo el alma y las heridas que esconde un cuerpo inhabitado que intenta sobrevivir a un dolor inexistente.