Si me desvisto no será para que el frío me abrace otra madrugada de diciembre.
Si recorren mis manos esta piel que habito no será para llenar el vacío que el invierno ha dejado en mi cuerpo.
Es el calor, tu aliento, el que recorre en esta oscuridad el deseo que delimitan mis extremos,
ángulos sedientos que buscan encontrarse fuentes desbordantes rozando mis pechos,
el aire retorciéndose de placer desde mi ventana.
Catarsis, el éxtasis frenético que acelera el ritmo sanguíneo de mis ansias,
mi desnudez apurando tu recuerdo,
un silencio abrumando a la nada, abriéndome las piernas con prisas, con ganas.
Y me devoras, tú y el tiempo,
la ausencia que me cubre las espaldas por las noches.
Me desatas la fiereza.
Me abandona la decencia,
puro deseo instintivo, animal,
estremecer hasta aborrecer lo mundano
si es el arte que nos habla,
si es la intensidad que nos grita
desde el otro lado de la cama,
debajo de las sábanas y nos deshace,
como me deshago imaginándote
encima de mi lecho
flores yermas renaciendo por tu boca,
luz infinita,
ambrosía,
y el destello de tus gemidos acelerando mi ritmo,
si es el arte que nos habla,
si es la intensidad que nos grita
desde el otro lado de la cama,
debajo de las sábanas y nos deshace,
como me deshago imaginándote
encima de mi lecho
flores yermas renaciendo por tu boca,
luz infinita,
ambrosía,
y el destello de tus gemidos acelerando mi ritmo,
tu voz retumbando en mis compases, sientiendo la vehemencia de tu fuerza elevándome hasta el cielo.
No se consumen mis ganas,
lo hace la espera.
Yo te revivo en la soledad de la noche.
No se consumen mis ganas,
lo hace la espera.
Yo te revivo en la soledad de la noche.