Hace tiempo que estoy internada en este psiquiátrico de locos.
Sigo esperando que me den el alta mientras arrastro mis pies por el pulcro suelo de los pasillos interminables donde la luz parpadeante de los fluorescentes alumbra las vacías habitaciones de otros locos que, según los médicos, padecen el mismo trastorno que yo.
Apoyo mi mano sobre la fría barandilla de metal que guía este camino hacia ningún lugar en concreto. Continúo dándole vueltas, pero sigo convencida de que han cometido un error conmigo. Alguna de esas letras ilegibles en mi expediente médico que el enfermo o la enfermera de guardia era incapaz de descifrar y, ante la presión que sufre el personal sanitario por el gobierno, la crisis y sus recortes, decidió inventarse tal locura. "Amor" lo llaman. ¿Qué tipo de nombre es ese?
Y aquí paso mis días... De vez en cuando pasa por mi cabeza el absurdo pensamiento de "¿Y si en realidad sí estoy loca"?
He mantenido intensas y largas charlas con mi psiquiatra. Al principio me negaba en rotundo ante tal atrocidad pero, tras muchas tardes de tajantes no e incómodos silencios, se decidió a explicarme con todo detalle e incluso con un tono un tanto agresivo los síntomas que padecían a los que llaman "enamorados" con la única finalidad de intentar autoconvencerme de que necesitaba ayuda y decidiera superarlo. Había escuchado antes hablar de ellos, pero tan sólo como una leyenda urbana y nunca demostré especial interés, hasta ese día, en aquel despacho, con aquel señor, en aquella clínica...
Empezó describiéndome lo básico:
·Nulidad de la razón
Pero aquello era algo que nunca había tenido.
·Cambios de humos
Algo habitual en mí
·Creación de una propia realidad.
Hostias! Ahí me había pillado.
Entonces escuché con más atención sus palabras.
·Uso de alegorías y metáforas haciendo referencia a la persona amada.
Tocada, ya iban dos.
Empecé a ponerme nerviosa, no lograba entender que era lo que estaba ocurriendo en aquella sala.
·Visualización de dicha persona con objetos de uso cotidianos o en situaciones irrelevantes,
Tocada, por tercera vez.
Podía predecir que aquello no acabaría bien.
La lista continuaba muchos más, con indicios inimaginables e incoherentes que el médico me advirtió que podía llegar a padecer si no me ponía en tratamiento inmediato. Dejó que pensara en ello, que meditara, y así lo hice. Nada tenía lógica, pero su imagen, su recuerdo y su nombre iban y venían constantemente, sin avisar.
Ahora estoy en espera de un tratamiento especial, específico para mí, pues ningún caso es igual a otro. Me han aconsejado que distraiga la mente mientras tanto, y la lectura me ayuda, pero para cerciorarse me medican con altas dosis de cafeína, para que no ceda al sueño y sea incapaz de controlar mi cabeza, pero tarde o temprano sucumbo a la quimera y no es domesticable, todo lo que guardo dentro de mí, por no alarmar a los médicos, se queda grabado en el subconsciente. ¿Acaso no han leído la teoría de Freud?
Por eso he decidido sacarlo todo, deshacerme de ello, así, cuando la Luna sea alcanzable para una loca más como yo, cuando le entregue mi alma y nuestros cuerpos creen guerras sobre la piel, podré reírme de estos incrédulos.
·Delirio
Tocada, hundida.