Hacía de equilibrista en este precipicio de locura hasta que caí, irremediablemente, al rozar con el alma el punto de inflexión de una cuerda inestable que me obligó a mantenerme impasible en el aire desgastado por el hambre voraz de mis entrañas hasta tocar tierra con los pies desnudos y heridos.
Sigo desprendiéndome, paulativamente, hasta que se consuma la última luz imperecedera de la fuente de la que emana la pureza de mi ser.