Los días raros, Vetusta Morla



Solo necesito
que te quedes un instante más
entre mis costillas
para poder respirarte muy hondo
y sentirte en la piel
como te siento en los huesos,
resquebrajarme por dentro para volver a dejarte entrar en tu hueco,
besarte en la nuca
y que el silencio se apodere de tus actos 
como el viento me condena a la libertad.

Doble o nada, y fue nada.

Déjame decirte que esto no es una carta no enviada, que tu ausencia, como la cerveza, rubia, no me ha subido a la cabeza, que no me tiembla el pulso y el alma cada vez que una imagen tuya me viene a la retina, a la memoria. Mentira. 
Y es que tengo que empezar a acostumbrarme a no tenerte, a no buscarte para que no me duelas, y creo que te haces una idea, pero esta presión en el pecho, este vacío se me hace insoportable, es casi tan grande como lo nuestro. Mentira, lo es aún más. 
Y sigo sin poder dormir porque te has ido, pero no de mi sesera, sigues naufragando en mis venas, sigues dando tumbos entre las mismas cuatro paredes de siempre, pero ahora dejas un sabor amargo que me corta la respiración y me hace tiritar. Y este frío no lo cura el invierno, tan lejano como tú ahora, tan desolador como el recuerdo de aquella calle interminable que nos pedía quedarnos, que nos llamaba de espaldas y que llegó a su fin mientras te girabas por última vez para contemplar cómo me rompía, cómo esos pedazos que quedaban se iban por la alcantarilla arrollados por fuentes subterráneas que emanan de mis ojos. Y tenía el grifo cerrado.
Sé que no eres consciente, pero le pido a tu imagen incorpórea que no vuelva, que deje de arrancarme a cada instante todo lo que soy, todo lo que me hiciste ser, todo aquello que me salva. Que regrese, sí, pero cuando no me quite el aliento cada vez que hace presencia, porque el mantener la mente ocupada, como aquellos que dicen, no sirve de nada si en cada parpadeo me asaltas cuando voy indefensa, y ya no sé qué hacer si mi cuerpo, si mi carcel se empeña en atarme de pies y manos ante lo indecible que esconde el alma tras tu marcha. Solo tú, y el viento que pasa, eso no cambia, perdura en lo más alto de lo inalcanzable, de lo incomprensible, de lo irremediable. Y el viento pasa, pero ya no me lleva con él como antes, tan solo le da un respiro al duelo, una tregua a la batalla, y me abandona

Sorolls.


Es curioso como se comunican los insectos en verano,
suenan a escape de gas, 
a un té chirriando,
suenan a cascabeles, 
a una cabalgata de Navidad a principios de julio.
Es el intenso sabor al anhelo del invierno,
un amor imposible entre las cuatro estaciones
disgregando los últimos pétalos de la primavera.
Me escuece la herida que ignoré,
el sudor provoca efervescencia en los rotos de la piel.
Me siento insecto, 
me siento ruido desgarrador
intentando comunicarse en un idioma diferente.


Myself when i'm real



Déjame deshacerme entre las sábanas, entre compases, entre suspiros.
Y que el viento se lleve mi alma entre destellos de un amor fugaz que nunca pudo ser,
pero siempre quedará. 
Yo misma cuando soy real, y la incerteza de la realidad me desnuda frente al espejo,
y me encuentro de pleno con mi viva imagen,
¿Me encuentro?
Nunca dejamos de ser nosotros mismos,
y me desligo de mis sombras con ansias por vivir, por amar,
esquivando el deber de corregir los matices que crean escalas en blanco y negro (sombras) en mi personaje principal,
así que no me queda otra que recrear la escena en la que la propia vida se encarga de asesinarla sin piedad.
Acto final: sigo desnuda frente al espejo que me señala,
y nunca deja de hacerlo,
me oprime el pecho,
veo sangre derramándose en el suelo,
pero es sangre ficticia, como yo,
y cedo.


Caos

¿Notas el frío? ¿O está solo en mi cabeza?
Retumban, perdidas, las palabras en el silencio 
desvistiendo lentamente cada poro de mi piel. 
Y me encuentro desnuda frente al espejo ¿Me encuentro?
Miedo, a la incerteza de mi ser.
Todo me aferra, nada me ata. 
Y deshago con extrema delicadeza los cordones de mis zapatos, 
pero nunca fueron míos, nada tiene dueño.
Tormentas interrogativas que no hallan respuestas, algunas, escasas. Todas erróneas, 
¿Y qué no lo es?
Casualidad o desengaño,
pero el tiempo se me escurre 
y hay tanto por hacer que al final no hago nada.
Recuerdo recuerdos, y el destello, 
a lo lejos,
de una ilusión óptica, anímica de hace dos
(¿tres?)
veranos.
Pero ya no siento, aunque a veces tenga que volver a decirlo en alto
para que la muerte no se lleve el olvido.
Divago en un camino sin destino, sin retorno,
solo camino,
aunque a veces se me vaya la luz.
¿Quién eres?
Una imagen, un edifico en construcción, los planos de un rascacielos,
un águila sin horizonte, una liebre sin prisas.
¿Qué más da?
Aún no he empezado mi camino,
ese es mi consuelo.
¿Y ahora?
Ahora nada, 
el  tiempo, 
la brisa, 
un instante,
Marta,
y sigo, no pregunto,
asisto, callo y asiento.
Siento, a veces poco, a veces todo,
y la ausencia me abre la herida, 
¿Qué herida?
Reflejos de un ser autodestructivo.
¿Me consumo?
Lo intento.
¿Qué es la vida? 
Letras, palabras,
y lo plasmo en silencio, a escondidas,
como siempre,
y a veces me olvido.