La última página. Letras que escuecen y que llaman a tu puerta, pero tú no quieres dejarlas pasar. Imaginas su entrada triunfal, arrasando con el orden, imponienedo su caos y una extraña sensación de calma nostálgica, una sobredosis de éxtasis, efímera y arrebatadora, que se lleva al marchar. Y así como llegas a la última frase, a la palabra final, el espacio desnudo restante te confirma el vacío que se asoma desde el horizonte de la soledad.

Silencio, silencio. 
El eco del recuerdo huidizo a su muerte retumba en los posos del café (con leche del tiempo, por favor) y la voz que te narraba esas historias vuelve tímidamente con el frío, que te acaricia la espalda y te eriza la piel. ¿Dónde estás? 
Todod los fuegos, el fuego, y acabaremos consumiéndonos, acabaremos en nada.
"Memento homo, quia pulvis es, et in pulverem reverteris"
Polvo, pero el que hay en la encimera.
Ya lo limpiaré mañana.

Trescar pel teu món
o grimpar per les teves curves,
és el mateix.
Perdre'm als angles del teu cos
per no tornar a trobar-me,
i oblidar-me de tot
menys de tu.
Que la mort
ens fa malbé
la pell,
però la vida
ens sana
les ferides del cor.
 Somriu.





Soy esa mente autodestructiva 
que se apuñala a sí misma 
con recuerdos envueltos 
en el veneno letal de la duda.





Como la luz conquistando la oscuridad, se acerca disimuladamente, te acaricia con su voz y te abraza con firmeza para no dejarte marchar. No podría ser de otra forma. Sientes cómo se infiltra en la piel, trastoca y va calando hasta la médula. Entonces sus ritmos te introducen en el compás y aparece súbitamente su imagen, un impulso eléctrico que te mantiene la respiración suspendida en el aire. Tres minutos en los que recuerdas a Edith Piaf y su "Vie en rose", la ciudad bajo tus pies y los delirios apoyados en el borde del precipicio. Y ahora solo queda el recuerdo de aquel calor arrasando el frío de este invierno, estremeciendo el alma y las heridas que esconde un cuerpo inhabitado que intenta sobrevivir a un dolor inexistente.

Fernando Vallejo


Yo por mi parte la quería a ella más que a nadie, 
con un amor ilimitado.
Si ella no me correspondía en la misma medida,
qué me importa,
qué carajo, 
el amor es así: 
desbalanceado, desajustado, desequilibrado.


No me da miedo volar. Realmente me gusta la sensación de vértigo que provocan las alturas, sentir el viento descolocándolo todo, el sol brillar en lo alto del cielo acariciando la piel, envolviéndote en su calor efímero a su ausencia. No, definitivamente he creado una adicción a ese estado, a sentir el alma con ansias por salir del pecho, a ese leve cosquilleo que confunde la realidad, al ritmo acelerado que provoca el compás de un jazz, suave, lento, sin miedo al final, a sus cambios bruscos de pulsaciones. Traspasan los reflejos que distinguen el hilo del humo grisáceo desvaneciéndose en la nada, consumiendo el tiempo mientras recorro sus piernas infinitas desde lejos, esquivando silencios y permisos en las fronteras para llegar a aquello que esconde, aquello que nadie conoce y que algunas veces le gusta abandonar a su suerte en la oquedad del olvido, entre los pliegues de las sábanas y el roce con la desnudez.
La atmósfera se transforma, cambia sus tonos oscuros, confusos, ambiguos, por un vehemente rojo, lleno de delirios y contratiempos rítmicos que logran desgarrar el alma, y arruinan la razón imponiendo la locura. Pero su presencia siempre esquiva rehúsa súplicas, reproches o cualquier tipo de contacto que pueda provocar un acercamiento disimulado entre dos cuerpos extraños que no saben muy bien cómo han ido a parar a allí. Y piensa, calcula concienzudamente el siguiente paso, el gesto, la mirada capaz de arrebatar en un suspiro todo el aire existente de tu alrededor, un vacío lleno de misterios, de miedos que poco a poco logran desbordarse en el eco de una voz quebrada mientras el vaivén de la gente, no menos ajena que tú, aturde la nitidez con la que percibes su silueta acorralada por sombras y matices que, a veces, te cuesta distinguir.
Continúa. Los latidos imitan sin contrariedad al ritmo voraz que escuchan dictado por aquel piano capaz de hacer estremecer hasta el rincón último de la piel.
Atónita, afónica, la mente se enreda deliberadamente entre presagios utópicos e imágenes quiméricas que jamás llegaron a avistar tus ojos, y la voz que crees escuchar de sus labios no es más que el anhelo que procesan tus entrañas, tus vísceras reclamando un destello de luz aural capaz de calmar el ansia que te consume por dentro. Y así vas, de un lado para el otro sin necesidad de razonar, obligándote a seguir, sin tiempo que parar, hasta que miras el reloj y son las 3, y mañana tienes que madrugar como cada maldito día. Es la misma rutina semanal, la misma mierda de cada mes que se fracciona y se convierte en el hábito diario de aguantar y estar, o no. Pero vueles al recuerdo, cedes ante el instante eterno en el que solo sus ojos alumbran el camino que pierde el sentido, que se desvanece al no mirar atrás y ya no recuerdas el punto en el que te has perdido. Así que avanzas por un único impulso, una razón insustancial que late en el pecho y bombea sangre dándote la vida.



Tramuntana ☾

El teu aire no és normal, estimada. 
Pot ser el teu verd em recordi al bellut, 
i el teu blau m'embadali. 
Quin deliri grimpar per les teves curves, 
trobar-me de ple amb la meva mar
i aborcar-m'hi amb el pensament,
en ella i en tu, 
sempre deixant una part de l'ànima, 
fent arrels a les teves entranyes. 
La teva terra serà el refugi que mai no podré deixar enrere 
i el meu cos, 
predestinat a sofrir la teva absència,
es desfarà amb el vent que recorr la teva geografia.