Hoy la muerte camina con los pies descalzos,
hoy la muerte tiñe de negro nuestro cielo
y se cuela de lleno en nuestras almas.
Hoy, último día gris de septiembre,
muere el último destello angelical de mi infancia,
me abandona a mi suerte,
abre una herida en mi pecho
latente vacío que me evoca a la nada,
y el recuerdo se hace presente.
Un trago del café más amargo
antes de la noticia que presentía
mi cuerpo alterado.
No solo llueve sobre asfalto,
se esconde tormenta en la mirada.
Pero el chirriante sonido de los vagones,
el insaciable estruendo en los andenes
no consigue alejarme de mi duelo
y temo,
ante la inevitable caída del gigante,
el irremediable destino del desconsuelo.
HOY MUERE MI INFANCIA,
me sacude vorazmente la sesera,
y me dejo deshacer en la memoria
con la cabeza bien alta
para mitigar el golpe.
Pero ella merece más
que un par de palabras sucias
que ansían aliviar la amargura
que provoca su ausencia corpórea.
Menudo personaje, el:
cien cañones por banda
y viento en popa a toda vela
no corta el mar
(lo corta ella)
se desvanece frente a la fuerza de sus alas
Pero este sabor acre que deja
un viaje interminable
y una despedida a medias
no lo desgasta ni el beso más dulce
que unos labios jamás hayan dado.
Sigo,
por la paz que me traen su nombre
y su imagen,
tan ligados a mi niñez como las cerezas a mi tierra,
por encontrarnos de frente en el silencio,
en cualquier instante recóndito
que me lleve hasta ella,
que me lleve a encontrarla en mí.
Te sigo...