Aquella mínima esperanza fue derruida. En aquel preciso instante me di cuenta de que todo había cambiado.
Tal vez la culpa no fue mía, sino del destino, que así lo quiso. Pero mi mente se engañaba haciéndome creer que la única responsable de haber perdido aquello que no tuve era yo.
Gritos en el silencio de una habitación a oscuras en la que se distinguen las sombras iluminadas por la tenue luz proveniente de los faros que alumbraban las desiertas calles mientras, de fondo, suena alguna canción que no recuerdo y el insignificante susurro del viento colándote por un mínimo espacio en las ventanas casi herméticamente cerradas.
Me sumergí, decidida a olvidar, en otro lugar donde el olor a café le ganaba la lucha a su recuerdo. No sé qué me hizo volver en mi. Tal vez la realidad, o la música que aumentó el volumen haciendo que me concentrase en ella, prestando atención a cada nota, a cada acorde, a cada agudo, cada ritmo mientras su voz deleitaba mis oídos. Mis necesarias canciones en francés, me devuelven a la vida como si de alcohol, drogas o sexo se tratase.
Reproducción aleatoria en una lista de canciones seleccionadas detenidamente para olvidar y engancharme a la única medicina que, a ciencia cierta, sin dudarlo, puedo afirmar que causa su efecto. No hay más complicaciones. Mis objetivos, mis metas, las consigo, y un desliz, una torcedura, un pequeño desvío, una caída sin importancia, no me hará cambiar eso.
Demasiado caos hay en mi mente, la tarjeta de memoria está llena, no admite nuevos datos.
Demasiado caos hay en mi mente, la tarjeta de memoria está llena, no admite nuevos datos.